En 1918, un médico austriaco, Julius Wagner-Jauregg , descubrió que un brote de malaria podría producir una mejora en pacientes con infección por sífilis cerebral avanzada. La neurosífilis era incurable en ese momento, y provocaba demencia, psicosis y muerte.
Wagner-Jauregg ganó el Premio Nobel por este tratamiento peligroso, pero efectivo. (No era tan peligroso como parece, porque la malaria, a diferencia de la sífilis, era tratable). La razón por la que la terapia funcionaba es que la malaria produce fiebre alta, creando temperaturas demasiado elevadas para que las bacterias sifilíticas sobrevivan.
Wagmer Jauregg FUENTE |
Pero Wagner-Jauregg no inyectaba malaria en el cerebro de sus pacientes. La invención se debió a un psiquiatra francés, Maurice Ducosté. Ducosté publicó por primera los detalles de su técnica en 1932, pero para entonces ya había llevado a cabo cientos de operaciones. No todos los pacientes de Ducosté tenían sífilis, él experimentaba con cualquier persona con enfermedad mental severa.
Antes de aplicar este método en los pacientes con casos de sífilis en etapa tardía, lo había usado muchas veces en esquizofrénicos, encefalíticos, maníacos. Había administrado varios cientos de inyecciones de varios sueros en los lóbulos frontales de sus pacientes. Algunos habían recibido hasta una docena de inyecciones.
Además de sangre palúdica, Ducosté intentó inyectar otros "sueros". Entre otros, utilizó: antitoxina diftérica; una mezcla de " sangre y toxina tetánica"; e incluso el suero anticobra, que es un tratamiento para las mordeduras de serpientes. Ducosté afirmó que su procedimiento fue altamente efectivo en casos de sífilis. Admitió, sin embargo, que no era tan efectivo en la esquizofrenia y otros trastornos no sifilíticos.
Ducosté pudo haber inspirado el desarrollo de la lobotomía prefrontal , una operación que se adoptó en todo el mundo. En 1932, Ducosté apareció en una conferencia médica en París, donde dio una charla inmediatamente después de una del psiquiatra portugués Egas Moniz .
FUENTE Moniz |
Unos años más tarde, Moniz se hizo famoso como el padre de la lobotomía: había inventado un procedimiento que consistía en inyectar alcohol puro en los lóbulos prefrontales para causar lesiones "terapéuticas". Moniz nunca citó a Ducosté como predecesor.
Solo podemos estar agradecidos de que hoy vivimos en una era en la que nadie consideraría inyectarse sustancias tan peligrosas en ninguna parte del cuerpo humano.
Vía: Discover Magazine
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