Un día, un astronauta muere en el espacio. Ese cadáver podría pasar millones de años a la deriva. Hasta que los tentáculos de la gravedad finalmente lo atrajeran, hacía una estrella, siendo el final de su paseo. Pero imaginemos que llega a un planeta. ¿Podría nuestro cuerpo, como una semilla en el viento, dar vida a un nuevo mundo?
Hay un conjunto de posibles circunstancias por las que un cadáver podría llevar microbios a un planeta sobreviviendo al viaje espacial. Nuestros cuerpos están plagados de microbios que pueden sobrevivir grandes períodos de tiempo en ambientes fríos y secos similares al espacio. Si el lugar donde fuese a parar el cadáver fuese Marte, las esporas bacterianas sobrevivirían sin ningún problema. Otras bacterías no productoras de esporas podrían sobrevivir. El Deinococcus radiodurans, sobrevive a bajos niveles de agua y con altas cantidades de radiación.
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Los factores principales que influyen en si un cadáver podría llevar su vida microbiana a otro planeta. En primer lugar, si el cadáver está flotando en el espacio sin ninguna protección, la gravedad del planeta receptor que lo atrayese lo incinerarían a él y a los microbios que portase. El cadáver tiene que estar protegido por algo (nave espacial), incluso así la entrada en la atmósfera de un planeta podría ser destructora para todo tipo de organismos que hubiese en el cadáver. Si sobreviviese la nave espacial del cadáver a la entrada en el planeta, tendría que provocarse una grieta durante o después del aterrizaje, para que los microbios que sobrevivieron tenga alguna esperanza de esparcirse.
También hay que considerar el almacenamiento del cadáver. Si el cuerpo está flotando dentro de una nave espacial que se mantiene de alguna manera a un nivel superior a la temperatura de congelación del agua facilitaría la presencia de gusanos o escarabajos ayudando a lo largo del proceso de descomposición, el cuerpo humano podría proporcionar combustible para innumerables generaciones de bacterias, durante muchos miles de años. Pero esto es poco probable pero puede ser no necesario. Dado que el espacio es una especie de liofilizador por lo que el entorno ambiental podría no ser tan malo para almacenar microorganismos.
El factor más importante podría ser el tiempo de vuelo del cadáver. Los viajes dentro del Sistema Solar serían el ámbito geográfico para la supervivencia microbiana.. En distancias superiores, la radiación haría que hubiese una posibilidad muy limitada de supervivencia microbiana pero no imposible.
Supongamos que el cadáver ha estado flotando durante varios miles de millones de años, sin que quede en el cuerpo ni un solo microbio. Ese cuerpo sin vida, pero cargado con sus ácidos y grasas aminoácidos, sus proteínas e hidratos de carbonos por sí solas en condiciones ideales podrían potencialmente dar un impulso a la vida. Las moléculas de un astronauta por sí solas serían insuficiente. Hay ciertos tipos de moléculas llamadas trifosfatos, que son absolutamente esenciales para la creación de una nueva vida similar a la Tierra, y sabemos que estas moléculas se hubieran descompuesto químicamente en el cuerpo de nuestro astronauta. Dichas moléculas tendrían que estar presentes en el planeta donde llegase nuestro difunto astronauta.
También habría que contar con las características del planeta. Un enorme planeta con un océano, si sólo tiene un único cadáver que se disuelve en un segundo o dos es muy difícil imaginar que el cadáver podría ayudar a un avance en el proceso de la vida. Se necesitaría un equipo entero, de astronautas condenados a la muerte, o uno con buena puntería.
Vía: Astronomy