Una de las batallas más grande de la historia fue sin duda la Batalla de Stalingrado, una batalla que duro desde agosto de 1942 a febrero de 1943, y que se convirtió en el punto de inflexión en el frente oriental. El 6º Ejército alemán bajo el mando del Mariscal de Campo Paulus se abrió camino a través del río hacia la ciudad, la lucha calle por calle y casa por casa. Con el tiempo, las fuerzas soviéticas contraatacaron, cercando a los alemanes y a sus aliados y, cuando el río se congeló, los rodearon.
Paulus FUENTE |
Los alemanes se encontraron en medio de un enemigo implacable y un invierno implacable, mientras Hitler se negó a ordenar la retirada. Pero al final el mariscal de campo Paulus se rindió para intentar salvar lo que quedaba de sus tropas. Era una esperanza vana, pues la mayoría de ellos perecieron en cautiverio. Según Heinz Schröter, historiador alemán, 220.000 soldados alemanes y aliados perecieron, y 123.000, incluyendo 24 generales, se rindieron, de los cuales sólo 5.000 regresaron a casa con vida.
Pero vamos a esta pequeña historia dentro de esta gran batalla. El 26 de enero 1943 cincuenta y seis hombres decidieron ignorar las órdenes de rendirse e intentaron escapar del cerco soviético. No tenían armamento pesado y sus oficiales estaban muertos, a excepción de un teniente. Eran una colección variopinta de artilleros, infantes de varias unidades diferentes, y dos pilotos que se habían estrellado el día anterior. Abandonaron su armamento ligero en la nieve, junto con sus cascos, cinturones, mochilas... excepto las botas, abrigos, mantas y tanta comida como podían transportar. Habían estimado que las líneas alemanas estaban a unos cien kilómetros en verdad estaban a más del doble. Caminaron como zombies. Después de los primeros quince kilómetros dos hombres se quedaron en el camino.
Cruzaron las líneas de ferrocarril exactamente en el punto donde la División 371 de Infantería había mantenido la línea unos pocos días antes. Debía encontrar su camino entre los fuegos de campamentos del Ejército Rojo. Algunos hombres se detuvieron a descansar en algunos establos abandonados. El resto continuó, y cruzó el congelado Don. Sobre las 11 horas del 28 de enero es decir, el segundo día después de su partida, vieron un avión de reconocimiento alemán que al volver a la base informó de su hallazgo. Los nazis enviaron un avión que dejó caer un mensaje en el que se les decía que debían de adoptar la forma de una cruz gamada la próxima vez que un avión alemán se acercara.
El 29 de enero un piloto de reconocimiento nazi informó que había sobrevolado sobre 25 de ellos. Esa fue la última vez que la Luftwaffe descubrió ningún rastro de ellos. En un combate con tropas de suministros rusas seis hombres cayeron. Pronto solo quedaron cuatro luchando por los caminos y por la nieve. Dos de los cuatro; se rindieron a una unidad de ambulancia rusa.
Sólo quedaban dos hombres de los cincuenta y seis originales: un cartero del Servicio Postal de Ejército y un cabo llamado Nieweg de la cuarta batería antiaérea. En un lugar llamado Veliki, el cartero, murió congelado. Nieweg se rindió y fue llevado a Kharkov como prisionero, pero aún consiguió huir en un camión de suministros ruso y de alguna manera llegó a las líneas alemanas.
Alemanes rindiéndose a los rusos en Stalingrado FUENTE |
El 3 de marzo, cuando el 6º Ejército se había rendido y el resto de las fuerzas alemanas estaban en retirada, consiguió unirse a ellos. En un puesto avanzado al oeste del Donetsk, empezó a contar su relato. Pero débil, muerto de hambre, y completamente agotado, no pudo continuar. Comentó que iba a continuar la historia al día siguiente. Pero no lo hizo. Murió por una bomba de mortero al día siguiente.
Vía: Malcolmquirsks
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